“Alguien dijo
una vez: si deseas algo con mucha fuerza, déjalo en libertad. Si vuelve a ti,
será tuyo para siempre. Si no regresa, no te pertenecía desde el principio.”
Y
entonces llegó hacia mí llorando y me fijé en los rasguños que tenía en los
codos y en las rodillas, de la derecha brotaba un pequeño hilo de sangre de una
herida. “¿Qué te ha pasado pequeña?”, le pregunté, y entre sollozos y balbuceos
me contó que se había caído. Traté de calmarla, le aseguré que no pasaba nada y
le dije que las niñas fuertes como ella no lloraban por una pequeña herida.
Cuando se calmó, mientras le curaba la herida de la rodilla le pregunté cómo se
había caído. Ella comenzó con su relato:
-“Pues
salí a dar un paseo y mientras descansaba en un banco una mariposa preciosísima
se posó cerca de mí. ¡Era enorme!¡ Tenía como cincuenta colores distintos! No,
no… que digo cincuenta… ¡quinientos! Era la mariposa más bonita que había visto
jamás… Por lo que la quería para mí, así que ahuequé un poco las manos y la
cogí. Pero después de cogerla empezó a picarme mucho mucho la nariz y al
rascarme la mariposa huyó. ¡No era justo! ¡Yo quería mi mariposa! Era la más
preciosa que había visto jamás, ¿te lo he dicho ya?, bueno pues salí corriendo
detrás de ella intentando cogerla, pero de tanto correr mirando hacia la
mariposa me tropecé con una piedra y caí.”
Y suspirando
le contesté, “Aaaay pequeña… si la dejaste ir una vez, ¿por qué vuelves a por
ella? Fuiste tú quien decidiste dejarla escapar… No debes desear lo que ya
dejaste ir… pues te acabará haciendo daño.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario